Clint Eastwood: «¿Ochenta? Es sólo un número»
A los 78 años, el director no pierde el tiempo. Ayer se estrenó en Santiago El sustituto y la próxima semana llega Gran Torino, donde encarna a un veterano de Corea racista.
Las personas que han trabajado con Clint Eastwood invariablemente se refieren a la primera vez que les habló y el efecto que causó en sus sistemas nerviosos su voz rasposa y susurrante. Eastwood entra al estudio de Warner Brothers con un paso relajado y extraño, como de otra era. Ha hecho todo tipo de películas en los últimos 10 años, pero para muchos sigue siendo un solo hombre: el que incita una pelea en el salón, el que defiende el honor de una dama, el que es uno de los últimos héroes americanos. O, como él dice, mirando a través de sus ojos verdes, «el idiota de las planicies».
Hoy se acomoda en la silla de director en forma relajada y cortés. Está a punto de elegir el elenco para un filme sobre Nelson Mandela que se debiera estrenar a fin de año. Cuando le pregunto quién lo va a interpetar, me mira con picardía y dice: «Yo lo haré. Te mostraré mi versatilidad» (en realidad, será Morgan Freeman). «El casting perfecto para Mandela», precisa.
De una manera u otra, los intereses de Eastwood siempre parecen volver al tema del heroísmo, particularmente al héroe incorrecto. En su nueva cinta, Gran Torino (que se estrena la próxima semana en Chile), encarna a Walt Kowalski, un anciano quejumbroso e intolerante que aprende a amar a sus vecinos de origen Hmong (sudeste asiático) más que a su petulante familia y hace un gran sacrificio por ellos.
¿Quería interpretar a Kowalski desde el principio?
Sí. Me gustaban los dilemas por los que tenía que pasar. Me gustaba el mensaje de una antigua América que quizá está obsoleta. Walt podrá estar obsoleto, pero aprende cosas nuevas. Y eso es lo que lo hace interesante. Es un tipo extremadamente hablador y cascarrabias, casi insultante para el sistema de la igualdad de oportunidades. De repente, se mira al espejo y dice: ‘Tengo más en común con esta gente que con mi insoportable familia’. Walt Kowalski se da cuenta de que esta gente le tiene afecto, aunque a primera vista no sea un hombre muy querible.
Clint Eastwood no le da importancia a haber sido ignorado en los Premios Oscar. Gran Torino fue número uno en la taquilla de EEUU, pero no consiguió ninguna nominación. «He tenido tres películas nominadas, de los últimas cinco que filmé. Simplemente hago la mejor cinta que puedo. El resto son cuestiones que tienen que ver con la política y posturas determinadas. No soy muy bueno en eso. Creo que nuestro mensaje era tan bueno como cualquier otro que haya entregado alguna película este año. Ahí es donde estamos».
En algún momento, la reticencia de los protagonistas del policial Harry el sucio y el western Joe Kidd se convirtió en la misantropía de la tercera edad de Walt Kowalski en Gran Torino y Frankie Dunn en Million Dollar Baby. A los 78 años, aún se ve delgado y fuerte, pero su famoso susurro suena a veces frágil. «¿Ochenta? Es sólo un número», dice. «Muchas personas son viejas a los 40».
¿No tiene arrebatos de vanidad cuando se ve en pantalla?
«Es muy tarde para la vanidad. Si tuviera 30, quizás diría ‘oye, ese no es un buen ángulo’. Ahora no hay buen ángulo. Así que sólo tienes que aceptarlo y seguir adelante».
LA POLITICA DE CLINT
Eastwood se registró como republicano en 1951 para apoyar a Eisenhower, a quien admiraba por su heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial y por su promesa electoral de terminar la guerra en Corea. Desde entonces, dice, el Partido Republicano ha perdido el norte y el actor y director deja claro que él no estaba a favor de la guerra con Irak y que el lado evangélico del partido le molesta.
«La única cosa en la que John McCain y yo realmente estábamos de acuerdo era en que los repúblicanos habían perdido el rumbo porque habían extraviado su filosofía». El centro de esa filosofía es que «las personas deben ser responsables por sí mismas y la responsabilidad fiscal es muy, muy importante». Sobre la actual crisis económica afirma: «La gran moraleja de que si no le haces caso a la historia estás condenado a repetirla, tiene bastante sentido en estos momentos. Ahora estamos reviviendo la historia. Sólo recibes lo que mereces».
Para las elecciones, su esposa se inscribió como independiente, aunque los dos pensaban que «Obama parecía un buen tipo». ¿Y qué pasó con Eastwood? «Yo me inscribí», dice sonriendo. «Libertario. Me gusta la filosofía de ellos. El Partido Libertario no es nada y no tienen candidatos. Pero creo que si tan sólo dejáramos a la gente tranquila y no pensáramos más en cómo controlar su vidas, quizás estaríamos mejor. Tal vez este tipo de pensamiento puede ser poco práctico u obsoleto», dice. «Pero es un poco la manera en que me crié», agrega.
La carrera de Clint Eastwood ha sido inusual, tanto por su detallismo como por su tenacidad. En los 70 comprendió que si seguía haciendo westerns, estos sólo empeorarían y rápidamente pasaría de moda. La manera de salvarse era diversificándose. Eastwood es pianista y ha compuesto la música de muchas de sus películas, aunque finalmente decidió dedicarse a la dirección. Todo partió en 1971, cuando le encargaron hacerse cargo de Obsesión mortal, un filme de bajo presupuesto sobre una mujer desequilibrada que perseguía a una estrella de radio local. Dirigir, dice, es su mayor alegría. «Eres un contador de historias. Como actor, eres sólo parte de la gran estructura. Prefiero dirigir. Tengo que hacerlo y estoy en una edad en que siempre debiera hacerlo».
GENTIL
Eastwood no grita en el set. Es una autoridad silenciosa. Excepto por Spike Lee, nadie en la industria habla mal de él. Dicen que es excesivamente caballero, profesional y profundamente comprometido. También evita autocensurarse. Habitualmente, cuando se hace una película basada en una novela, nadie critica el material original. Pero en 1995, cuando filmó Los puentes de Madison, él llamó la novela de Robert James Waller un texto «rebuscado y pretencioso», contra el que debió «luchar» para seguir adelante.
Su altercado con Spike Lee el año pasado se produjo cuando éste lo criticó por no incluir a soldados negros en su filme La conquista del honor, que trataba sobre los hombres que izaron la bandera estadounidense en la batalla de Iwo Jima, en la Segunda Guerra Mundial. El respondió que Lee debía «callarse la boca» y que el filme era históricamente correcto. Ahora dice que «no fue realmente una riña. Estaba en Cannes y alguien dijo que Spike Lee había dicho esto y lo otro. Algún periodista. Y dije: ‘bueno, si dijo eso…’ y me lancé a hablar. Pero Lee es un tipo simpático. Creo que intentaba promocionar su propio filme bélico con actores negros. Y entiendo el juego. Sólo pensé que no podía dejarlo escapar como si no hubiera pasado nada».
Clint Eastwood no gusta de alardear sobre cómo ha influido al cine, o a quiénes considera los herederos de Harry, el sucio. El actor y director jamás ha dejado que alguien públicamente descifre su vida interior, más allá de hacerse una vaga idea de una tristeza escondida. Para encontrar su inspiración, dice, miraba a John Wayne y Gary Cooper.
«Los actores de los viejos tiempos. Estaba muy influido por James Cagney. Me gustaba su vitalidad interior. No tenía miedo de hacer cosas disparatadas. Siempre he sentido que eso también se puede ajustar a mí».
¿Es no tener miedo a fallar? «Creo que es simplemente… no tener miedo». Y luego cita a Franklin Delano Roosevelt: «Lo único a lo que hay que temer es al temor mismo». «Como sea, esa era la mentalidad que me gustaba. Sí, simplemente me arriesgaré, me comprometeré con esto, iré por ello. De otra forma, perderás grandes oportunidades de pasarla bien, de entretenerte y crear personajes que son interesantes».
Dada su fama, Eastwood tiene una actitud inusualmente sensata. No se ha desgastado, ni transformado en adicto a las actuaciones, ni se ha emparejado en sus filmes con mujeres de la mitad de su edad. No tiene gran misterio, dice. «Es simplemente acumular información. No olvidarla». Baja la voz aún más que su susurro habitual y se acerca: «No olvidar».
Fuente : Latercera.cl